14/3/10

Entrevista a Salvador Pániker

Salvador Pániker es la inteligencia en estado superlativo. Cualquier lector que llegue con su atención al término de esta charla y no esté de acuerdo con el aserto, puede utilizar el teléfono de reclamación.
Absténganse machistas, integristas religiosos, nacionalistas, marxistas, neoliberales, codiciosos y necios. Su sabiduría alcanza la velocidad de la luz y tiene el efecto de una ventosa que te adhiere. Va su cabeza aceituna colocada sobre un cuerpo esbelto aún (73 años), tocado de la magrura de Oriente. Coqueto. Salvador Pániker sería un narciso insufrible de no ser por su afiliación a la enfermedad.




Reportaje

Pero él, que lo sabe, se afilia: al punto de que uno ha de preguntarle si su síndrome de fatiga crónica ("nihilismo endocrino") será imaginario o real (contesta que de imaginario nada). La enfermedad le asoma a la finitud, por eso es desconfiado con la vida, nunca alcanzará el ateísmo; la farmacopea le permite, aun así, volar por los cielos de la gnosis; y la inteligencia, adaptarse de maravilla al medio: vive arropado en los minutos como un niño en su cuna, homme-enfant, reconoce su elitismo, un lujo. El resultado es un señor, filósofo, ingeniero industrial, escritor, editor, melómano, profesor, autor de las entrevistas más vendidas (Conversaciones en Madrid, Conversaciones en Cataluña) y un ciento de cosas más. Un señor de humor seco y lucidísimo, con teoría para todo y un solo dios, así en minúscula, que es la madera que toca: divinidad cómplice y particular. Apetece con Pániker hacer un glosario de cavilaciones valiosas.
Arrecia la tormenta en el cielo de Barcelona y pronto llueve sobre la piedra desvaída del monasterio en reformas. Pedralbes, barrio también elitista. Habita el sabio una hermosa casa de líneas rectas, sesentista, patio cuadrangular con palmera y salones como módulos tapizados de libros. Huele a papel viejo y a memoria, archivada en álbumes de fotografías, y a un cierto conservante como alcanfor, que retenga en sus paredes la historia. En las fotos, su padre tal que salido de una aventura colonialista: Pániker, título nobiliario del sur de la India, altísima casta de guerreros, generación de Nehru, "vino a Europa a estudiar y no quiso regresar hasta que la India fuera independiente; entonces, ya no pudo". Allí dejó un hijo y un matrimonio convenido. Hijos y amores o amores e hijos (lo mismo). Amigos celebrísimos.
El filósofo (entrevistador best-seller) ha dicho que dejarse entrevistar es reducirse a los límites mentales de quien te entrevista. Y claro, esto impone: imagínense, jibarizar al sabio cabeza de aceituna. "No, no te tengo miedo", y su risa me tranquiliza, "además yo soy muy taoísta, si las cosas no salen todo lo bien que podrían salir, qué más da". Así que anduve tranquila, de atrás adelante las páginas del Cuaderno amarillo que acaba de publicar (Areté) o tercera entrega de su diario, desde niño hasta ayer. ¿Aún sigue? "Sigo, todos los días, escribo y vivo. Habrá continuación". Porque tiene Pániker, entre otras, una fórmula contra la vejez: ejercicio y curiosidad intelectual. "Los intelectuales envejecen mejor, los años no deben medirse por la fecha de nacimiento sino por la curiosidad intelectual que uno albergue. Pero la terapia tiene otros dos apartados más, la segunda es vivir aquí y ahora. Y la tercera, ser creativo sin interrupción, en cuanto paras estás perdido: aunque seas frívolo o disperso, hay que serlo con intensidad, siempre".


"Los ateos tienen menos angustia que los creyentes. hay que creer en el aquÍ y en el ahora. es evidente que cuando mueres sales fuera del tiempo y del espacio, y la aventura se acabó. creer que no es de una ingenuidad tal... mecanismos de consolación"
Tanto de la vida y tanto de la muerte. El filósofo, que fue profesor en la Universidad de Barcelona de Metafísica y Filosofía, ha dedicado gran parte de su trabajo a una aproximación a la muerte. Tal vez haya llegado el momento de preguntarle si tememos, si acaso él teme más despedirse de los otros o de sí mismo: "Sin ego no hay muerte", dice, "sin ego, uno no es el protagonista de la historia. El protagonista somos todos y la culpa es colectiva. Sin ego desaparece la ansiedad y la angustia de la muerte, y tú eres como un perro que se va a morir". Remedios contra la angustia. Saber taoísta: "Hay que dedicar la primera mitad de la vida a crear un ego muy fuerte, convicciones, autoestima, una ventaja para defenderte. Y la segunda mitad, a deshacerse de él, porque las desventajas son superiores: esto se acaba". Saber biológico, contrario al mito del alma, porque dice Pániker que nadie cree en el alma: "Yo soy un animal más que he brotado del mundo, y llega un momento en que desaparezco. Pero ahí siguen mis hijos, mi gente, lo que he hecho".


Habla también Pániker en sus estudios sobre las bondades de la libertad, que si anteponemos a la ley natural, llámese azar, destino, divina providencia, ¿dejaríamos así de temer a la muerte, profesor? "Seguro que sí. Si uno no teme, es libre. Las obediencias que han creado los estados y las iglesias proceden del temor. En cierto modo, el budismo mahayana fue una cultura sin temor a la muerte, una cultura de la libertad, que dice que cuando uno está liberado brota espontáneamente la solidaridad, la compasión, karuna. El budismo es la liberación de cada cual, no hay iglesia, no se deja institucionalizar: las iglesias sólo sirven para gentes religiosamente débiles. Creo que por todo esto el budismo tiene tanto éxito hoy en día en el mundo occidental". Y, llegados al extremo, si nos convenciéramos de que no hay nada más allá, ¿por qué preocuparse entonces, o cuánto hay de incertidumbre en la angustia ante la muerte? "Está claro que los ateos tienen menos angustia que los creyentes, pero hay que superar las disyuntivas, creer o no creer en el más allá. Hay que creer en el aquí y el ahora. Es evidente que cuando te mueres sales fuera del tiempo y del espacio, y la aventura se acabó. Cuantos creen que no, quieren creer que no se acabó. Es de una ingenuidad tal... Mecanismos de consolación". Hay una pregunta que por serlo no tiene respuesta y que el profesor Pániker formula de la siguiente manera:
- Todo lo que ha sido, lo que será, ¿vaga eternamente en alguna parte?
Se responde a sí mismo: Es una pregunta pertinente. Fuera del espacio-tiempo, lo que ha sido, siempre es.
- ¿Y lo que va a ser?
- Siempre es.
Salvador Pániker es presidente de la Asociación por Derecho a Morir Dignamente (DMD), una lucha denodada que encuentra su más feroz batalla precisamente frente a los que viven en la fe del más allá, cristianos integristas que les llama el filósofo. Y uno podría preguntarse, simplemente, ¿por qué aferrarse a una vida mala habiendo otras mejores, como dicen que hay? "La religión católica ha querido siempre monopolizar el miedo a la muerte, a las postrimerías, es su arma para conseguir tu obediencia. Por eso se opone a la eutanasia, porque es una forma de desdramatizar la muerte, es un derecho a dimitir cuando mi vida se degrada más allá de ciertos límites, porque la vida no es un valor absoluto". Otro contrasentido: según las encuestas, un 70% de los españoles (más aún en otros países europeos), está a favor de un derecho que no consigue su reconocimiento, "porque los moribundos no votan", zanja. "A mí siempre me ha impresionado por qué esos obispos integristas se oponen tan ferozmente a la eutanasia, pero cada vez se les hará menos caso, en nombre precisamente de un sentimiento religioso".
Porque Pániker está convencido de que la crisis evidente de las religiones institucionales tiene como consecuencia un aumento del sentimiento de religiosidad. Curioso. Aunque, tal vez haya llegado tarde la religiosidad (tan implantados ya los templos del consumo, el dios televisado, la gran ceremonia del fútbol, etcétera) y nos pille demasiado agnósticos a los de aquí. "El agnosticismo es un buen preámbulo para la verdadera experiencia religiosa, o estética, o trascendente. El que tiene sus creencias muy definidas en dogmas queda inutilizado para la religión. Toda persona que tiene una experiencia estética profunda, o erótica (que no es frecuente porque el amor completo es muy poco frecuente), se da cuenta de que ya hay algo trascendente. Que luego a eso no quieran darle la etiqueta de religioso, pues que no se la den: esto forma parte de la estafa de la Iglesia, de su pretendido monopolio sobre lo trascendente. La gente irá comprendiendo que la palabra agnosticismo sólo tiene que ver con el no creer en las enseñanzas de la Iglesia".
Recomienda el filófoso un menú supervivencia, filosofía y religión a la carta que cada uno se confecciona a su gusto y voluntad. Para esta temporada (siglo XXI) él (sin ánimo proselitista, educado en el cristianismo de los Jesuitas, dado voluntariamente de baja en la tierna juventud, hijo de padre indio, estudioso de sus raíces) ha optado por una suculenta combinación que da lugar a una sabia fórmula de trascender el ego (común al hinduismo, budismo e incluso a cierta mística cristiana o Santa Teresa sin leer a San Agustín), apoyada en prácticas tántricas, porque "creo que no hay que reprimir el cuerpo, que ha sido el gran castigado". Trascender el ego para, de nuevo, asumir la muerte: "Volcarse en una obra que te importe más que ti mismo ya es trascender el ego". Ya sea la obra de arte, científica, humanitaria: formas de mística, les llama el filósofo. Alternativa, el páramo: ateísmo o vacío budista, "o la pura trivialidad, pero el trivial tiene miedo". Éstas son las fórmulas de superar la angustia de la muerte. A partir de ahí, "¡que cada uno se defina en función de lo que mejor se le acomode!", proclama, como si la filosofía de la vida consistiera en el trabajo de oficina y el fútbol de los domingos... "¿Por qué no?, es incluso una metafísica".
Observa Pániker que lo que más nos une al reino animal es la capacidad de sufrimiento, y yo le pregunto qué diablos le importa eso al hombre de hoy, volcado en el placer: "El sufrimiento no sirve para nada", ratifica. El placer en cambio, la sensualidad en muchos casos, se presenta como sustituto de religión: interesa más que el sentido último de las cosas. "Yo esto no lo considero del todo insano. Cito a un gran maestro como es Alan Watts: la vida no es un problema a resolver sino una realidad a experimentar. Mucha gente, en lugar de preguntarse por el sentido de la vida, que es una pregunta sin sentido, intenta experimentarla: forma parte de todo vitalismo, y es sano, y ésta es hoy la actitud de la gente. Yo tampoco soy intelectualista: la pregunta por el sentido sólo aparece cuando el flujo dinámico, el apetito de vivir ha sido interrumpido".


"Es muy penoso que a veces las mujeres, en lugar de reconciliar sus dimensiones, se masculinizan. En el machihembrado está la verdadera comunicación. si yo fuese un puro macho y tú fueses una pura hembra, ni nos entenderíamos ni nos atraeríamos"
Más bien es tantrista. Una experiencia que le ha llevado a una conclusión muy práctica, que el tantrismo (espiritualidad del cuerpo, del sexo y de la tierra) es un recurso de gran utilidad para acabar con el machismo. "¿Digo yo eso?". Absolutamente. "Yo soy muy feminista. El tantrismo recupera el cuerpo y la mujer ha sido asociada con el cuerpo. Hasta las virtudes de la Virgen María son todas corporales: virgen, incorrupta, fecundada por la luz. Mitos patriarcales. Para cualquier religión monoteísta y espiritualista, Dios es espíritu en contraposición a la materia. El tantrismo no es espiritualista y por eso es un aliado natural del feminismo y de la recuperación, porque el macho injustamente se apropió de la razón dejando a la mujer como ser irracional, oscuro, meramente material. Estamos en la era de la recuperación del cuerpo, de la mujer, de la materia: de la superación de la dualidad". Se remite a la historia. Historia de culturas machistas que han dejado un saldo empobrecido: hombres caricaturizados como ficciones a la defensiva y mujeres masculinizadas, abstractas y agresivas. "Es muy penoso que a veces las mujeres en lugar de reconciliar sus dimensiones femeninas y masculinas, se masculinizan. Hoy las cosas van cambiando, con un feminismo de tercera generación". O lo que para Pániker es lo mismo: liberación del hombre. ¡Cómo! "Yo también soy feminista por la cuenta que me trae: estoy harto de ir por el mundo sacando pecho. Oiga, usted es un seductor. Qué va, yo no he buscado más que la comunicación profunda, pero no por dominar ni poseer". Para plantear el objetivo recurre al mito del andrógino de Platón o la fusión de los contrarios: "En el machihembrado está la verdadera comunicación. Si yo fuese un puro macho y tú una pura hembra, ni nos entenderíamos ni nos atraeríamos".
¿Cómo será la reacción de los hombres cuando lean en el Cuaderno amarillo que el machismo es la demostración del miedo del hombre ante el sexo femenino permanentemente estimulado o que el patriarcado con su represión del sexo y su exaltación del poder es el germen del mal? "No lo sé, veremos". ¿Usted tiene más de femenino que de masculino? "Yo no lo sé, esto dicen las mujeres que ha habido en mi vida. He sido un enfant-gaté y tal vez mi talante religioso proceda de ahí: siempre me ha gustado ser querido, que es el resultado de ser un niño mimado y muy brillante. Yo, a los 16 años, era inteligentísimo y además muy rebelde, los Jesuitas no sabían cómo tratarme. Entonces, lo reconozco, necesito gustar. No reprimo mi sombra, uno tiene que reconciliarse con lo que no le gusta de sí mismo, hay que compensar con los opuestos: energía y dulzura, genio y candor. No me gusta el puro macho ni la pura hembra. Felizmente, esta civilización posmoderna que yo llamo retroprogresiva tiende a acabar con los estereotipos y conciliar los contrarios: yo por ejemplo soy un adulto responsable y soy un niño". Un híbrido y un mestizo (medio indio, medio catalán), Salvador Pániker, contrario a los postulados de la evolución darwinista, considera que la naturaleza no selecciona al mejor sino a la diversidad. "Las cosas, cuanto más impuras, mejor".
Desmontando a Salvador Pániker. Siete contradicciones concatenadas:
1) Defiende la mundialización como forma de llegar al mestizaje, la pluralidad. "La globalización no tiene que ver con el neoliberalismo, sino que debe ser un sistema mundial con control político de la economía, que pueda permitir que al bajar los subsidios a la agricultura en Europa pueda subir los seguros sociales de Indonesia, por ejemplo". Frente a ello, el nacionalismo es para Pániker "un fundamentalismo sustitutivo de la mística, como todas las grandes palabras con mayúsculas, llámese Patria, Proletariado, Dios o lo que sea: ahí comienzan los crímenes, la muerte individual queda neutralizada por la causa colectiva".
2) Mestizaje sí, pero no es partidario de la apertura total de las fronteras. "No me gustan las fronteras, soy defensor de leyes abiertas, pero no comparto una política suicida de inmigración. Hay una solución que sería invertir en los países de origen, subdesarrollados".
3) Por los dos asertos anteriores, parece Pániker un señor de derechas que, sin embargo, fue introductor en España del movimiento de la contracultura americana a través de la editorial Kairós. "Yo soy muy libertario en lo religioso, ahora, en lo político, soy pragmático: hay que probar, autorregular, como en la Física, para encontrar un nuevo equilibrio mundial". Sobre la colección de Kairós, que se llamó La fiesta de los sesenta: "Me impresionaron mucho los autores de la contracultura que descubrí en California, porque atacaban el judeocristianismo. Me traje los derechos y se vendieron muy bien".
4) Contracultural al mismo tiempo que parlamentario de la UCD (1975). "Era amigo de Paco Fernández Ordóñez y fui el diputado más breve de la historia de España: 24 horas. La política me aburría".
5) Se considera Salvador Pániker un ser enfermizo, nihilista endocrino, infantil, pájaro de poco fiar (sic), y al tiempo mantiene un elevado concepto de sí mismo. "Salvando la opresión de la Iglesia durante mi adolescencia, cada vez he tenido más autoestima. Pero el síndrome de fatiga crónica me ha impedido la insolencia, si no me hubiese frivolizado mucho más. A los 30 años yo era un hombre rico, joven y guapo, o al menos me lo creía (ríe). Estaba al punto de un narcisismo insoportable. Entonces vino el handicap de mi poca salud y me dio profundidad. Desconfíe usted de las personas demasiado sanas. Es bueno que te pongan contra las cuerdas de tu propia finitud o fragilidad".
- Bueno, al menos esto le ha permitido vivir como un homme-enfant, una pose de fragilidad que le ha ido muy bien con las mujeres, al menos.
- Hombre..., yo he sido competitivo en la vida, no soy un ser indefenso, como Kafka. No me ha ido mal, me puedo permitir el lujo de mantener la infancia: soy un elitista. El haber adquirido un cierto status te permite no luchar por lo que lucha la mayoría. A mí la codicia me aburre, me apasiona en cambio la aventura de la ciencia y la filosofía.
- ¿Siempre le ha ido bien con las mujeres, a pesar de lo infrecuente que es el amor?
- Lo que es infrecuente es el amor completo (sexo, mente, espíritu, cuerpo y todo a la vez), casi como la explosión de una supernova. Lo que hay mucho es el amor al amor, el amor romántico.
- ¿No compartirá el concepto pessoano del amor: amamos la idea que inventamos del otro?
- Pessoa, gran poeta pero tan deprimente, tan pesimista. No, yo creo que no hay nada más bello que el encuentro real entre dos seres humanos: te libera de ti mismo.
6) Le salva la farmacopea pero está en contra de las drogas. "Sí". ¿Tiene que ver con alguna experiencia familiar? "Sí, claro, con varias. Pertenezco a aquella generación del pobre Eduardo Haro... (M., mi apaleada hija)".
7) Se identifica con los escritores depresivos (como Sartre, Camus...) y, sin embargo, se muestra como un optimista a ultranza sobre el futuro posmoderno, pluralista radical (sic). "No soy un pesimista melancólico: intento estar vivo". Tiene una fórmula para la felicidad ("la lucidez mística") y, sin embargo, desconfía de los felices frente a la lucidez de los deprimidos. Pero, Salvador Pániker no quiere bromas sobre la depresión. "Lo que hay que hacer a cada momento es decirse: bueno, y ahora ¿qué es lo que hay que hacer?" Pues eso.
Extraído de: http://www.elmundo.es/






 Sociedad laica y trascendencia (Salvador Pániker)
 
La tesis de este artículo es sencilla: en la actualidad, donde mejor puede prosperar el sentido de la trascendencia es en una sociedad plenamente secularizada. La idea es que si se alcanza realmente la libertad secular civilizada, surge espontáneamente la sacralidad del origen, que es también la trascendencia, lo "místico". Y atención, ya sé que hay personas -y de las intelectualmente más respetables- que en cuanto escuchan palabras como trascendencia y mística echan a correr. Pero ello se debe, ante todo, a un malentendido. Ha habido demasiada cantidad de charlatanes en este territorio. Digamos aquí que cuando hablo de trascendencia, para que nos hagamos una primera idea, me refiero, por ejemplo, a lo que uno siente escuchando una sonata de Bach, o perdiéndose en una noche de luna llena. Y cuando hablo de mística lo hago, ante todo, con un alcance experimental a la vez transpersonal y cotidiano. Para mí, la mística arranca de la capacidad de vivir aquí y ahora, de trascender el tiempo, de volcarse en algo que a uno le importe más que sí mismo, de sentir el mundo como la prolongación del propio cuerpo, y, en el límite, de vislumbrar la no-dualidad originaria previa a cualquier concepto.

Pues bien, digo que una sociedad secularizada y laica, es ya la única en la que puede brotar íntimamente, sin estorbos, la trascendencia. Porque de entrada se desaloja cualquier institucionalización oficial de "lo sagrado", y así se suprimen interferencias y quedan, por ejemplo, neutralizadas las voces que degradan el misterio en dogmas pueriles. El caso es que una sociedad laica es una sociedad presidida por la libertad de conciencia. Una sociedad laica y secularizada es pluralista -secularización y pluralismo son casi sinónimos- y en ella cada cual puede adoptar la concepción del mundo que mejor se le acomode. El gran adelanto de una sociedad laica y democrática es que es capaz de mantener la cohesión social sin necesidad de restringir la libertad de conciencia. La vertebración moral de la sociedad ya no corre a cargo de ninguna iglesia. Más todavía: la sociedad laica es post-filosófica en el sentido de que ni siquiera tiene necesidad de una teoría universal de la verdad. (El neopragmatismo de un Rorty es aquí más representativo del espíritu de nuestro tiempo que el neouniversalismo de un Habermas). Dentro de este ámbito de libertad interior, la apertura a lo trascendente brota, como digo, espontáneamente, hija de la misma hondura de lo real, sin necesidad de comulgar con ruedas de molino.

Y adviértase que esta apertura espontánea a lo trascendente la encontramos ya insinuada en las mismas religiones institucionales. Así, todas ellas admiten la llegada de un momento en que el ego llega a su límite y se trasciende espontáneamente. Los cristianos hablan de gracia, los sufíes de fana, los hindúes de prajña, los budistas de bodhi. Los chinos nombran a la naturaleza con la palabra ch'i lan, que significa aquello que sucede por sí mismo, y no por mandato o control de una entidad exterior. Los taoístas enseñan que el bien sólo se propaga espontáneamente -en chino: tzu-jan.

En todo caso, está en el aire un modo libertario de vivir la trascendencia. En Occidente, por ejemplo, ya se sabe que asistimos a una profunda revisión del fenómeno religioso, con la correspondiente crisis del cristianismo institucional. Así, sucede que los "cristianos sin Iglesia" -por retomar una vieja expresión de Kolakowski- han dejado de constituir un fenómeno marginal para convertirse en el caso común. Surge un cristianismo desinstitucionalizado, fluctuante. Los ritos de paso, como el bautismo o el matrimonio religioso, retroceden. Crece, en cambio, la conciencia del carácter polisémico de los significantes religiosos, ante todo el de Dios. El cristianismo deja de ser un sistema globalizante unificado para convertirse en un

conjunto de piezas sueltas que cada cual aglutina a su manera. Es el auge de la "religión a la carta". Es el rechazo del concepto de ortodoxia en beneficio del principio de soberanía individual. La consecuencia, en nuestras latitudes, es que la mayoría de los antiguos creyentes tienen, hoy, unas convicciones religiosas muy confusas, a menudo eclécticas, y que, la gente, más que en Dios o en la Iglesia, cree en algo difuso. A un célebre director de cine americano le preguntaron recientemente: "¿Usted cree en Dios?"... y el hombre respondió, haciendo un gesto vago: "Hombre, yo creo que hay algo por ahí...".

En todo lo cual también influye la crisis de la teología tradicional en el contexto de la nueva visión científica del mundo. Científicamente, el "dios tapagujeros" (Bonhoeffer) no hace ninguna falta. Dicen que el Papa Pío XII estaba entusiasmado con la teoría del Big Bang, porque así resultaba que alguien tenía que haber puesto en marcha el universo. Aquel Papa era muy superficial, aunque muy elegante. Su interpretación del Big Bang era una aplicación pre-crítica del viejo y desgastado principio de causalidad. La Relatividad y la Física Cuántica nos pueden ser aquí de utilidad. Porque la idea de causalidad pertenece al espacio-tiempo. Y no tiene sentido aplicar la noción de causalidad a un suceso que es previo a la aparición del espacio-tiempo. Recordaré una frase de Paul Davies, glosando las ideas de Stephen Hawking: "Siendo el universo internamente consistente y autocontenido, su existencia no requiere nada exterior a él, no precisa ser puesto en marcha por nadie".

¿Conduce todo esto al ateísmo? A mi juicio, conduce, más bien, a un cierto agnosticismo místico. Veamos. Hay algo de demasiado fácil en el ateísmo. Ciertamente, el mundo está enteramente abandonado a las fuerzas naturales, y un sentido ingenuo de lo sobrenatural es incoherente. Por esto resulta relativamente sencillo ser ateo. Lo que ocurre es que los argumentos del ateísmo resultan, al final, tan inútiles como los de quienes pretenden demostrar la existencia de Dios. En contra de la opinión de Richard Dawkins, no creo que la Ciencia tenga nada que decir al respecto. Dawkins piensa que la evolución revela un "universo sin diseño", un universo con una "despiadada indiferencia" en relación a los seres vivos. Y sin duda tiene razón. Pero ¿qué tiene ello que ver con la cuestión de la trascendencia? Quiero decir que Ciencia y Mística discurren en planos diferentes. Ya en su día David Hume había criticado el argumento científico del "diseño" biológico como prueba de la existencia de Dios. Pero hubo que esperar a El origen de las especies de Darwin para rematar intelectualmente esa crítica. Más adelante, el argumento del diseño ha reaparecido, en un contexto cosmológico, con el llamado Principio Antrópico. Pero también esta postura ha sido desmontada. (Bertrand Russell comentó sarcásticamente que para un Ser Omnipotente, disponiendo de miles de millones de años para experimentar, el haber conseguido crear finalmente un producto como el animal humano no es un resultado muy brillante). Insisto pues: cualquier intento de introducir a la divinidad desde la Ciencia está condenado al fracaso. Ahora bien, por la misma razón, cualquier intento de negar a la divinidad desde la Ciencia también es inútil. Ateísmo y teísmo remiten a un mismo tipo de racionalismo chato. Carecen de sensibilidad metafísica, la que hacía decir a Chuang-tzu que "al Tao no se lo puede expresar ni con palabras ni con silencio".

Pienso, pues, que se avecinan unos tiempos en que la indispensable laicidad de la sociedad va a servir, entre otras cosas, como marco para una nueva creatividad numinosa que conduzca a una renovada vivencia de lo trascendente. Se descubrirá que el relativismo es resacralizador -despeja el inmenso hueco de la trascendencia-, y que no hace falta ninguna autoridad religiosa para preservar ese ámbito trascendente. Liberado el espacio de dogmas absolutos, queda franco el camino. Conduciendo las opciones hasta el límite, surge la paradoja de que Ciudad Secular y Ciudad Sagrada son el haz y el envés de una misma realidad. Quiere decirse que si la modernidad nos convirtió a todos en eunucos místicos, hoy, desde "la noche oscura" del relativismo postmoderno, podríamos estar recuperando la potencia perdida.

Peter Berger ha escrito que "si algo caracteriza a la modernidad, es la pérdida del sentido de la trascendencia". Pues bien, aquí sostengo que la postmodernidad, precisamente desde la catarsis de su lúcido nihilismo, vuelve a abrirse a la trascendencia. Sostengo que, más allá de la pandemia de trivialidad que nos invade, el sentido de la trascendencia, lo mismo que el arte, no ha muerto, toda vez que se inscribe ya en nuestros genes. Sostengo que da un poco igual declararse ateo o creyente, que lo que cuenta es una buena paideia laica y, con ella, la recuperación de la potencia mística, el sentido de lo real. Consigamos que la sociedad genere ciudadanos responsables y solidarios, y ellos mismos descubrirán la trascendencia. O, mejor dicho, la trascendencia descenderá sobre ellos. De ahí que se me antojen inútiles las condenas al relativismo y a la religiosidad anárquica: precisamente la sociedad secularizada es la que mejor puede hacer brotar una trascendencia íntima, espontánea, experimental. Donde cada cual sea el dueño de su castillo y el autor de su propia música.

Salvador Pániker, 26/01/2007